Durante la
CONCURSO: LOS CUENTOS DEL GIRALUNA El 14 de febrero por la tarde, en la librería Kirikú y la bruja, disfrutamos con Luis Eduardo Aute. Mientras sonaba suavemente “Giraluna” , nos contó la historia de aquel pequeño girasol que no se agachaba cuando el sol partía...pero, una y otra vez preguntaba...¿Cómo ve cada niño su Giraluna? Y, en esa tarde mágica y tranquila, decidimos convocar un concurso... “Los cuentos del Giraluna” (niño:persona de 0 a 100 años)
viernes, 27 de julio de 2012
AUTE LEERÁ LOS ORIGINALES....
Durante la
domingo, 20 de mayo de 2012
EL GIRALUNA
A todos los que sienten diferente............
Autora: Eva Montañes
Ilustraciones
Giraluna
Había visto el lado oculto de la luna.
Había sido un regalo maravilloso...
Pero cuando amaneció y volvió a
salir el sol ,se sintió triste y vacío de nuevo
cogió sus maletas
las llenó de agua y luz
de tierra y estrellas.
Sacó sus raices del suelo
y se encaminó hacia la carretera.
No sabía adonde iba, pero
estaba contento e ilusionado
con la esperanza de encontrar
su lugar en el mundo.
¡Qué serenidad sintio al caminar...
era tan agradable desplazarse!.
Pasó un niño montando en bicicleta; iba silbando mientras contemplaba el paisaje ,y giraluna le hizo una señal para que parara.......
Subió al asiento de atrás y,
aunque no hablaron,disfrutaron juntos del suave girar de las ruedas y del roce de la brisa en sus cuerpos.
Llegaron a una ciudad.
“Aquí nos separamos ,amigo, buena suerte” -dijo el niño.
Giraluna observó lo que le rodeaba.
No le pareció bonito ,pero estaba contento de ver cosas diferentes.
Paseó entre tiendas, terrazas, casas... de repente un edificio le pareció màs bonito que los demas y decidió entrar.
Se encontró en una sala repleta de
cuadros y uno destacaba con una luz especial que le atrajo de inmediato.
Se acercó,y cuando estuvo al
pie,se emociono. Sintió que había.
encontrado su lugar.
Entró en él ¡y se sintió tan feliz!
No le importó que Vincent Van Gogh titulara su obra “Los Girasoles”.
Él sabía que entre ellos había un
GIRALUNA
que no se conformó con su destino y decidió cambiarlo.
IDEA ORIGINAL DE : EVA MONTAÑES
ILUSTRACIONES : MIGUEL HOLGUINPara concurso,reservados todos los derechos de produccion y edicion :Miuel H
EL GIRALUNA
El giraluna
Todos los días eran iguales. Al alba, el sol, desperezándose en tules rosas y violetas, iba llenando el cielo de luz, mientras el campo se despertaba, la hierba era mecida por una suave brisa, las amapolas se abrían, las margaritas contaban sus pétalos uno a uno para que la mañana las encontrara más enamoradas que nunca, y los girasoles, sabiéndose deseados y amados, levantaban sus rostros, erguían sus cuerpos y, como flamantes soldados uniformados, cara al sol desfilaban ante su rey y lo veneraban.
Así pasaban las mañanas, los girasoles escuchando el cuchicheo de las flores, sus risitas y su sonrojo al verlos tan masculinos, tan altivos en su pose. Y a la tarde, con el sol recostado en el horizonte, y las ascuas de la noche difuminándose, intuyendo el último suspiro de amor de las amapolas y las margaritas, que volvían a cerrar sus pétalos y a soñar, mientras el susurro de la brisa mecía el mar anaranjado de los girasoles, que como una ola llegando a la orilla, agachaban la cabeza y aguardaban, con los ojos cerrados, el nuevo despertar del nuevo día. Y así una mañana. Y otra. Y la siguiente.
–Y que no cambie –se oía decir a más de uno cuando alguno protestaba de aquella triste monotonía.
–¿Triste? El sol es la vida, es la alegría. Nunca digáis que esto es triste –oían que les regañaban.
Y todos asentían. Todos excepto el giraluna. Estaba cansado y aburrido. Veía al sol y lo amaba. Sabía que sin él, y gracias también a la lluvia, crecían fuertes, sus pétalos eran más naranjas, y las pipas granaban y darían un buen aceite. Pero era tanta la monotonía, los días tan iguales que parecían uno solo, largo y aburrido, que, por mucho que escuchara a los demás girasoles decir:
–Este es nuestro destino. Y además, traicionaríamos al sol si intentáramos hacer otra cosa que no fuera mirarle y venerarle.
–Nunca, por ningún motivo, debéis mirar a otro cielo que no sea el cielo iluminado por el sol. La noche es oscura y fría. Si lo hiciérais, moriréis.
“Si eso me hiciera feliz, aunque fuera solo por un instante, tal vez merecería la pena traicionar al sol. Incluso morir”, pensó el giraluna.
Y una noche, cuando todos estuvieron dormidos, él abrió los ojos. Primero escuchó el alegre canto de los grillos, como si la tierra, en el silencio, volviera a revivir. Luego, muy despacio, fue levantando su rostro.
Pero para su sorpresa, en lugar de una noche oscura y fría, se encontró de bruces con una luna grande y redonda, iluminando todo el cielo y mirándole tiernamente abarcando su rostro con una gran sonrisa.
–¡Eres preciosa! –fue lo único que logró decir el giraluna–. Ahora entiendo por qué nunca el sol nos ha dejado mirarte. Tú serías nuestra reina. A ti te veneraríamos.
–Eres muy amable –le dijo la luna–. Pero nunca podría ser vuestra reina. Ahora soy grande, y me ves majestuosa. Pero no tardaré en ir haciéndome cada vez más pequeña hasta desaparecer. Luego es verdad que vuelvo, ¡y vuelta a empezar!
–¿También te aburres como yo?
–Seguro que sí. Todos tenemos unas obligaciones. Por mucho que queramos, hay veces que no podemos hacer nada.
–Pero ¡hoy no me he aburrido! Te he conocido y soy feliz.
–A mí me ha ocurrido lo mismo –le dijo la luna–. Mientras siga aquí, podemos ser amigos.
–Pero ¡yo moriré! He desobedecido al rey, y mañana ya no estaré aquí –exclamó el giraluna muy compungido.
–¡No digas tonterías! Estarás, igual que yo. Aunque no me hayas visto nunca, por las mañanas también estoy en el cielo. No desaparezco. Mañana no te ocurrirá nada, al contrario. Será mucho más divertido despertarte. ¡Me tienes que encontrar! ¡Será nuestro secreto!
–¡Y se acabó el aburrimiento! –exclamó feliz el giraluna.
Datos personales
Nombre: Julia San Miguel Martos
sábado, 19 de mayo de 2012
SONATAS DEL GIRALUNA
Por: Arminda García
En el mundo de los giralunas, uno de ellos era el más altivo y arrogante. Tenía el tallo más largo y por tanto solía recibir la luz de la luna primero que los demás. También era el último en cerrarse. !Qué privilegio! Los demás giralunas estaban celosos y por más que lo intentaban no podían lucir así. En el mismo campo, también había uno, pequeño y tímido que apenas se asomaba y quedaba abrumado por el resto. Una noche la luna creciente, les dijo:
_Prepárense todos para rendirme tributo, pues dentro de nueve días seré luna llena y estaré en todo mi esplendor. Aquel que logre impresionarme tendrá mi luz mágica y podrá cumplir sus deseos.
Con el sol tomando posesión, los giraluna se cerraron al amanecer como todos los días, dejando el campo otra vez mudo, sin el suave sonido de la brisa susurrando entre sus pétalos y hojas. Era una fascinante melodía que noche a noche repetidamente invadía los campos, envolvente, encantadora.
A la noche siguiente la luna más crecida, rozó el campó de giralunas con su luz y el primero en despertar fue el giraluna altivo, tratando de anticipar si ella tendría alguna deferencia con él, pero la luna no habló. Era injusto, pensó, pues se creía el mejor, el merecedor de sus atenciones después de todo no había otro tan imponente.
Cuando despertó el más pequeño, trató de mirar por encima y aún haciendo todo su esfuerzo, no pudo. Desde abajo donde se encontraba, la luna se veía demasiado lejos e inalcanzable. Tristemente, pasó la noche pensando qué tendría que hacer para ganarse su condescendencia y así obtener el respeto de todos. Pero lo veía imposible.
Los días pasaron lentamente, y una vez transcurrido el plazo la luna apareció hermosa, plena brillante, irradiando una luz sobrenatural que inundó el campo. Al primer rayo de luz, los giralunas despertaron lentamente buscándola.
Uno de los giralunas dijo: _Luna te doy mis semillas, pues con ellas podrás sembrar campos enteros de giralunas y serás la soberana de ese reino.
Otro giraluna también habló:- _Luna te doy mi aceite y con ello te entrego uno de los fruto más preciado de mi ser.
Así varios giralunas ofrecieron sus dones pero ninguno parecía satisfacerla.
El más altivo de los giralunas le dijo: _ Yo te doy mis pétalos armoniosamente distribuidos, mi belleza perfecta y simétrica.
El último giraluna, hasta entonces el más pequeño y más tímido, había crecido unos centímetros, sin darse cuenta también sobrepasaba a los demás. Comenzó a moverse al ritmo del viento, sus hojas agitadas y su tallo se balanceaban en una melodía que susurraba al compas de su cadencia. Y le cantó a la luna, esa canción que noche a noche invadía el campo de giralunas de forma envolvente.
La luna impresionada le dijo: _!Eres tú, quien todas las noches cantas esa hermosas melodías únicas y perfectas! No tienes que impresionarme pues todas las noches tu canto me hechiza. Tú tienes un don único y te daré un deseo.
Sin dudarlo, casi sin pensar le dijo: _Quiero ser altivo, imponente para distinguirme de los demás.
La luna le respondió: _Tu deseo ya ha sido concedido, pues mi luz todas las noches es tu fuente de energía, y mírate, sobrepasas al resto. Eso te demuestra que si tienes confianza en ti mismo, si crees en tus dones, no te hace falta ser igual que los demás.
En ese momento miró alrededor con asombro y contempló por primera vez el campo con otra visión. Entonces comprendió que él también resaltaba por su altura, por su belleza, por sus pétalos perfectos y sus frutos, pero muy especialmente por ese atributo que le distinguía, las serenatas que solo él sabía entonar.
Maracaibo- Venezuela , 17 de mayo de 2012
miércoles, 16 de mayo de 2012
OTRO NOMBRE
A medida que se acercaba el momento la inquietud volvía a apoderarse de ella.
Por muchos ciclos que tuviera a sus espaldas, no conseguía aplacar la sensación
de angustia que le producía la situación que se avecinaba.
No temía su aislamiento, bastante acostumbrada estaba a moverse a sus anchas
en el espacio infinito de su soledad; además, sabía que en la distancia siempre
había una multitud de admiradores siguiéndola en la penumbra, dedicándole
miradas obsesivas y nombrándola entre suspiros.
Ese rumor de afecto que acunaba su pequeña vanidad apuntalando su
confianza, llegaba al momento álgido cuando podía ofrecer su mejor cara y era
capaz de dirigir a los demás, de forma casi displicente, la más plena y límpida de
sus miradas acompañada de esa amplísima sonrisa que tanto gustaba a todos.
El problema venía cuando la sonrisa se iba apagando poco a poco y su expresión
se mustiaba sin remedio. Entonces sólo podía recogerse en ella misma y llorar la
pérdida de aquellas fugaces atenciones que sólo se asociaban a su mejor cara y
la abandonaban cuando más las necesitaba.
Aunque supiera que esos duros momentos tenían las horas contadas y que
tarde o temprano volvería a sonreír, no soportaba la forma en que se
desaprovechaba lo mejor de ella, su lado más oculto, simplemente porque no
podía brillar para llamar la atención de los que sólo se fijaban en sus destellos.
Necesitaba darlo a conocer, compartirlo para que se apreciara su identidad
independientemente lo iluminada que pudiera estar en ese momento, pero
cuando buscaba de reojo las antiguas miradas entregadas y el rumor de
susurros con su nombre, sólo percibía silencio y desatención, lo que le devolvía
a su amargo llanto de impotencia.
Así transcurría el tiempo, acarreando implacable en su noria estos oscuros
momentos de melancólica impotencia intercalados con aquellos más luminosos
de consabidas e insatisfactorias atenciones.
Pero una noche, cuando en medio de su más profunda tristeza repitió la
Pero una noche, cuando en medio de su más profunda tristeza repitió la
mecánica ceremonia de lanzar su mirada al infinito, le pareció descubrir algo
diferente.
Sin dar aún mucho crédito a lo que estaba vislumbrando a través de sus ojos
húmedos, parpadeó para apartar las lágrimas que empezaban a aflorar y,
cuando se aclaró su mirada, distinguió en la oscuridad dos pupilas que la
buscaban con impaciencia.
Eran apenas dos minúsculos destellos en medio de la noche oscurísima. Se
trataba de alguien que permanecía mirando hacia donde ella estaba oculta
como si intuyera su presencia.
Asombrada por lo que estaba pasando y tras unos momentos de duda, se
atrevió a iniciar la comunicación con el pequeño desconocido que, contra toda
lógica y desafiando la eterna costumbre, estaba mirándola cuando nadie lo
hacía.
Poco a poco y de forma que sólo ellos podrían explicar, se fueron entendiendo
y, a medida que se conocían, sus distantes soledades comenzaron a fundirse y a
disolverse la una en la otra.
La noche pasó en un suspiro y cuando los rayos del sol apenas se intuían en el
horizonte supieron que tenían que despedirse.
Se dijeron hasta mañana sin dejar de mirarse:
- yo me llamo Giraluna, ¿y tú?
- Yo me llamaba Girasola, pero supongo que ahora tendré que buscarme un
nuevo nombre.
Reproducción de la acuarela de 26x36 cm. realizada por Luis F. Solance para
ilustrar su cuento “Otro nombre”.
lunes, 14 de mayo de 2012
EL GIRALUNA
Pasó el tiempo, y en muchos sitios empezó a extenderse el rumor que en un campo perdido, se hallaba un girasol distinto al resto llamado Giraluna.
Hubo reacciones de todo tipo: unos no le dieron importancia a tal extraordinario suceso, otros se llenaron de emoción, y otros, algunos pocos guardaron silencio esperando pasar desapercibidos para hacerse con el preciado tesoro
Así fue como un grupo de personas desalmadas y armadas con herramientas de jardinería de todo tipo, se desplazaron en busca de fama y fortuna que llenaran sus huecos vacíos con avaricia.
“Quien la sigue la consigue”, a lo lejos uno de ellos observó en medio de un campo de girasoles que descansaban en la noche, a uno que brillaba intensamente en la distancia, cálido, firme, seguro. Brillaba con luz propia.
Lástima que en este cuento no os pueda decir que aquellos despiadados hombres tras muchos esfuerzos no pudieran hacerse con el Giraluna, pues sucedió todo lo contrario, al poco tiempo de intentarlo y con pocas habilidades puestas en escena, todo hay que decirlo, ya estaban de vuelta locos de poder con El Giraluna.
A la mañana siguiente, sus compañeros, los girasoles, fueron despertando con los primeros rayos de sol, cuál fue la sorpresa que sintieron en lo más profundo de su ser algo distinto, entre ellos se había quedado un hueco vacío difícil de llenar y en lugar del Giraluna ahora había un agujero hondo y profundo, al instante se dieron cuenta de la evidencia, Giraluna había desaparecido
Entre ellos pronto se escucharon opiniones de todo tipo y como todo en esta vida, algunos los más incrédulos pusieron en duda la grandeza de Giraluna al advertir que habían podido con ella, otros los más fieles, siguieron confiando, limpiando sus penas como buenamente podían pero alimentándose con el brillo del sol y con el ejemplo de sabiduría heredada que les había dejado de legado el Giraluna.
Mientras, los hombres despiadados pusieron a Giraluna en un lugar privilegiado, lleno de los mejores abonos, y con la mejor vista de anochecer de luna llena que una pareja de enamorados pudiera soñar. Pero El Giraluna no dio señales de vida, porque lejos de sus amigos se sentía perdido, con miedo, sin gana s, ni curiosidad alguna.
Los hombres desesperados debatieron sobre las posibles causas de tal extraña situación, así volvieron al lugar del hecho en busca de nuevos Giralunas, y poner en práctica sus novedosas habilidades de cacería adquiridas.
Todos menos uno, una persona arrepentida, que a partir de ese día noche a noche se tumbaba en el campo pidiendo perdón.
Un día cuando se le fue el miedo se acercó a aquél agujero profundo que aquella noche él junto a sus “amigos” fríamente habían dejado apropiándose del Giraluna, lloró hasta que se quedó seco, sin fuerzas, limpio y vulnerable.
Arrepentido, de pronto tumbado como tantas noches antes había estado encontró valentía para asomar se al interior del suceso, y advirtió que los girasoles habían creado desde el dolor y la fe un campo de raíces profundas unidas unas con otras que miraban desde el hueco orientadas a la luna.
“Gira, gira,Giraluna,
gira gira y mírame
Gira, gira,Girasol
buscando raíces firmes
abrazan su yo.
Todos nos necesitamos unos a otros mutuamente,
para sentirnos seguros, amados y en compañía.
Así, puede un ser vivo dar sentido y fuerza a los demás,
pero será en éstos donde se reconozca y encuentre su identidad.
Texto: Luis Mar tín Vivas.
Dibujos: Carmen Valero Carracedo.
LA VELETA
Sobre los tejados domina el hierro y el acero: Escalerillas que rasgan el cielo traen noticias de lugares lejanos, y un regimiento de veletas otea el horizonte moviéndose al unísono.
Veletas; siluetas de aves que sin embargo nunca alzan el vuelo, amarradas a sus tejados. Sólo giran, según les dé el viento. Unas veces señalan al Norte: Eso es que sopla viento Norte, y hará frío. Otras veces, señalan al Sur: Eso es que sopla viento Sur, y hará calor.
Pero de entre todas las veletas, una de ellas gira a veces desacompasadamente. Cuando con el viento Sur llegan las cigüeñas, se gira para seguirlas con la mirada, las contempla absorta. No es su blanco plumaje lo que le deslumbra: Se pregunta de dónde vienen, qué fantásticos lugares habrán visitado, cuál será su próximo viaje. Mientras, el viento le trae fragancias desconocidas: Salitre del mar que nunca sobrevoló, jazmines y azahar que nunca vio.
Las otras veletas menean la cabeza desaprobadoramente: ¡Las cigüeñas son sucias! Las cigüeñas son vagabundas. Estas veletas jamás abandonarían sus pedestales, allí se sienten seguras, cómodas, importantes.
Un día empieza a soplar viento Norte. La veleta percibe nuevos aromas en el viento, esencias de bosques primigenios, de hielos perpetuos, de lagos insondables. Y mira entristecida cómo las cigüeñas emprenden un nuevo viaje.
El viento Norte es cada vez más fuerte, turbulento y frío.
El mundo se vuelve gris. Y anochece.
Por la mañana, la veleta diferente no está. Sus compañeras lo comentan extrañadas. Unas dicen que fue el viento Norte, que la arrancó de su soporte.
Otras dicen que fueron sus ansias de volar.
Cuando soplen otros vientos, regresará.
Susana Rosique Díaz
Madrid, 14 de mayo de 2012
EL ÚLTIMO GIRALUNA
La abuela coneja tomó la palabra en la asamblea nocturna conejil. -Siempre ha habido pocos giralunas, pero lo de esta primavera es desesperante. Estamos en mayo y no ha salido todavía ninguno. De todos es sabido que sin giralunas las abejas dejarán de recoger el polen de noche y la miel de luna desaparece.
Hubo un murmullo en la asamblea conejil. La abuela coneja les decía a las claras lo que todos estaban pensando pero ninguno tenía el valor de comentar: sin giralunas y sin miel de luna (la miel que las abejas hacen con polen de giraluna), la vida en la conejera sería bastante más triste. No es que realmente necesitaran la miel de luna para sobrevivir. En realidad ningún conejo adulto que se precie le prestaba delante de los demás mucha atención, pero en los gazapos la cosa cambiaba. Ningún conejo se imaginaba su infancia sin ir a coger miel de luna. Todos los viejos conejos de la comarca recordaban sus propias escapadas furtivas de la conejera, a la luz de la luna de verano, para buscar las colmenas entre los girasoles y los giralunas.
Pero esto se acababa, si no cambiaban pronto las cosas los conejos asamblearios serían los últimos en recordar al giralunas y las siguientes generaciones de conejos se tendrían que conformar con crecer escuchando a la abuela coneja contarles cómo era el sabor de la miel de luna y cómo eran los míticos giralunas.
Mientras crecían normalmente, ningún conejo se había tomado la molestia de estudiar a los giralunas. En realidad era muy poco lo que sabían sobre ellos. Sabían que crecían entre los girasoles, que al contrario que los girasoles al caer la noche seguían la luna sin bajar la cabeza y que sus pétalos eran blancos, pero poco más. Nacían en abril y morían en septiembre y hasta ese año todas las primaveras habían sido puntuales a la cita.
De repente, entre las sombras, al final de la asamblea conejil se oyó una voz aguda, de gazapillo.
-Yo sé lo que les pasa a los giralunas. 3 de 7 Era inaudito, un gazapo se les había colado en la asamblea y se atrevía a tomar la palabra. Los conejos mayores estaban disgustadísimos con el atrevimiento del gazapo, pero antes de que pudieran expulsar al atrevido, la abuela coneja levantó una pata.
-Dejémosle hablar, los gazapos son los principales perjudicados con este cambio y este es mi nieto 120 de la camada de marzo, la más lista de este año. Habla si tienes algo que decirnos.
-En realidad sí que hay giralunas en la tierra, pero no se atreven a salir, tienen miedo.
-¿Miedo? ¡Qué estupidez! ¿De qué va a tener miedo un giralunas? le replicó un conejo padre.
-Tienen miedo de los nuevos girasoles, respondió el gazapo.
-¿Nuevos girasoles? Preguntaron todos. La asamblea conejil mostraba su asombro, ninguno sabía que los girasoles eran nuevos, a ellos les parecían los de siempre.
-Los girasoles no son los de siempre, los han cambiado. El agricultor los siembra ahora con una máquina y nacen todos iguales. Los girasoles son ahora gigantes y crecen tanto y tan rápido que empobrecen la tierra. Además, a los giralunas les da miedo echar sus raíces entre ellos, dijo el gazapo.
-¿Y tú cómo sabes eso? le preguntó la abuela coneja. 4 de 7 -Porque me lo ha dicho.
-¿Quién? Preguntaron todos los conejos.
-El último giraluna.
El asombro se extendió entre los conejos reunidos. No era posible. Ninguno de los ochocientos noventa y siete conejos adultos de la región había visto ese año giralunas, y ese gazapo, que tenía prohibido salir solo de la madriguera, no podía tener razón.
-Habla gazapo 120, dinos dónde está ese giraluna, le conminó la abuela coneja.
-Está en medio de un camino de hombre. Anoche salí a buscar giralunas y me perdí. Me asusté mucho y aunque sé que está prohibido, seguí un camino de hombre para volver a la madriguera. Allí, en una isla de hierba, encontré al giraluna.
Era inaudito, en una sola noche el gazapo 120 de marzo había incumplido tres consejos conejeros paternales.
-Luego hablaremos de tu desobediencia, ahora lo más importante es ver si dices la verdad, le respondió la abuela coneja.
A pesar de su aparente severidad, la abuela coneja a duras penas podía ocultar el orgullo de que su nieto favorito hubiera hecho lo correcto y hubiera salido como buen gazapo a buscar giralunas y miel de luna.
Los conejos asamblearios salieron en tropel detrás del gazapo y la abuela coneja.
Vistos desde lejos formaban una extraña comitiva de cientos de orejas y hocicos saltando en fila detrás de un gazapillo y de una vieja coneja pelona.
Siguieron el camino del hombre, un desierto gris duro y caliente, y allí en medio de una isla redonda de hierba, junto a unos birriosos arbustos, donde ningún conejo en su sano juicio se hubiera atrevido a buscar, estaba un espléndido giraluna.
Cientos de conejos se apiñaron en la isla de hierba. Todos sabían que allí estaban a salvo de los monstruos de ruedas que montaban los hombres y que habían atropellado a tantos familiares. En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal. M - 635 , que no otra cosa era aquella isla, se habría sorprendido mucho de ver aquella multitud de conejos en círculo. En medio del círculo conejil estaba un magnífico giraluna, y además estaba de muy buen humor.
En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal
Felix y Marta Villarejo
Hubo un murmullo en la asamblea conejil. La abuela coneja les decía a las claras lo que todos estaban pensando pero ninguno tenía el valor de comentar: sin giralunas y sin miel de luna (la miel que las abejas hacen con polen de giraluna), la vida en la conejera sería bastante más triste. No es que realmente necesitaran la miel de luna para sobrevivir. En realidad ningún conejo adulto que se precie le prestaba delante de los demás mucha atención, pero en los gazapos la cosa cambiaba. Ningún conejo se imaginaba su infancia sin ir a coger miel de luna. Todos los viejos conejos de la comarca recordaban sus propias escapadas furtivas de la conejera, a la luz de la luna de verano, para buscar las colmenas entre los girasoles y los giralunas.
Pero esto se acababa, si no cambiaban pronto las cosas los conejos asamblearios serían los últimos en recordar al giralunas y las siguientes generaciones de conejos se tendrían que conformar con crecer escuchando a la abuela coneja contarles cómo era el sabor de la miel de luna y cómo eran los míticos giralunas.
Mientras crecían normalmente, ningún conejo se había tomado la molestia de estudiar a los giralunas. En realidad era muy poco lo que sabían sobre ellos. Sabían que crecían entre los girasoles, que al contrario que los girasoles al caer la noche seguían la luna sin bajar la cabeza y que sus pétalos eran blancos, pero poco más. Nacían en abril y morían en septiembre y hasta ese año todas las primaveras habían sido puntuales a la cita.
De repente, entre las sombras, al final de la asamblea conejil se oyó una voz aguda, de gazapillo.
-Yo sé lo que les pasa a los giralunas. 3 de 7 Era inaudito, un gazapo se les había colado en la asamblea y se atrevía a tomar la palabra. Los conejos mayores estaban disgustadísimos con el atrevimiento del gazapo, pero antes de que pudieran expulsar al atrevido, la abuela coneja levantó una pata.
-Dejémosle hablar, los gazapos son los principales perjudicados con este cambio y este es mi nieto 120 de la camada de marzo, la más lista de este año. Habla si tienes algo que decirnos.
-En realidad sí que hay giralunas en la tierra, pero no se atreven a salir, tienen miedo.
-¿Miedo? ¡Qué estupidez! ¿De qué va a tener miedo un giralunas? le replicó un conejo padre.
-Tienen miedo de los nuevos girasoles, respondió el gazapo.
-¿Nuevos girasoles? Preguntaron todos. La asamblea conejil mostraba su asombro, ninguno sabía que los girasoles eran nuevos, a ellos les parecían los de siempre.
-Los girasoles no son los de siempre, los han cambiado. El agricultor los siembra ahora con una máquina y nacen todos iguales. Los girasoles son ahora gigantes y crecen tanto y tan rápido que empobrecen la tierra. Además, a los giralunas les da miedo echar sus raíces entre ellos, dijo el gazapo.
-¿Y tú cómo sabes eso? le preguntó la abuela coneja. 4 de 7 -Porque me lo ha dicho.
-¿Quién? Preguntaron todos los conejos.
-El último giraluna.
El asombro se extendió entre los conejos reunidos. No era posible. Ninguno de los ochocientos noventa y siete conejos adultos de la región había visto ese año giralunas, y ese gazapo, que tenía prohibido salir solo de la madriguera, no podía tener razón.
-Habla gazapo 120, dinos dónde está ese giraluna, le conminó la abuela coneja.
-Está en medio de un camino de hombre. Anoche salí a buscar giralunas y me perdí. Me asusté mucho y aunque sé que está prohibido, seguí un camino de hombre para volver a la madriguera. Allí, en una isla de hierba, encontré al giraluna.
Era inaudito, en una sola noche el gazapo 120 de marzo había incumplido tres consejos conejeros paternales.
-Luego hablaremos de tu desobediencia, ahora lo más importante es ver si dices la verdad, le respondió la abuela coneja.
A pesar de su aparente severidad, la abuela coneja a duras penas podía ocultar el orgullo de que su nieto favorito hubiera hecho lo correcto y hubiera salido como buen gazapo a buscar giralunas y miel de luna.
Los conejos asamblearios salieron en tropel detrás del gazapo y la abuela coneja.
Vistos desde lejos formaban una extraña comitiva de cientos de orejas y hocicos saltando en fila detrás de un gazapillo y de una vieja coneja pelona.
Siguieron el camino del hombre, un desierto gris duro y caliente, y allí en medio de una isla redonda de hierba, junto a unos birriosos arbustos, donde ningún conejo en su sano juicio se hubiera atrevido a buscar, estaba un espléndido giraluna.
Cientos de conejos se apiñaron en la isla de hierba. Todos sabían que allí estaban a salvo de los monstruos de ruedas que montaban los hombres y que habían atropellado a tantos familiares. En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal. M - 635 , que no otra cosa era aquella isla, se habría sorprendido mucho de ver aquella multitud de conejos en círculo. En medio del círculo conejil estaba un magnífico giraluna, y además estaba de muy buen humor.
En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal
-Os esperaba conejos, je, je, je. Solo vosotros podéis ayudarme, dijo el giraluna en un perfecto idioma conejo. No os sorprendáis de que os hable. En realidad siempre lo hemos podido hacer, pero hasta ahora los giralunas no teníamos nada que deciros porque nuestra vida era simple. El hombre plantaba girasoles y a su sombra crecíamos nosotros, los giralunas.
Más tarde las abejas buscaban de noche nuestro polen, vosotros cogíais un poco de la miel de luna y vuestras cacas fertilizaban la tierra donde crecerían los nuevos giralunas. Era un acuerdo perfecto y no hacía falta que ninguno de nosotros cambiara las cosas. Por desgracia el hombre prefiere ahora tener girasoles gigantes aunque se empobrezca la tierra y moleste a los conejos, a las abejas y a los giralunas.
Pero se han equivocado de enemigo. Ellos son poderosos, pero nosotros tenemos la razón y somos más, y aquí, en mi exilio en esta isla de hierba, he pensado un plan para recuperar a los girasoles antiguos. En realidad la solución es simple: los girasoles gigantes no crecen si les hacen pis los conejos encima. No soportan el pis de conejo, lo sé porque a los girasoles normales y a los giralunas también nos molesta un poco, pero como tenemos la corteza más dura lo soportamos mejor… Nunca os lo habíamos comentado porque en realidad no era muy frecuente que alguno nos meara encima, ja, ja, ja, ja.
Se produjo un silencio embarazoso entre los conejos. Todos se recordaban a sí mismos orinando a la sombra de los girasoles.
- Con una pequeña gota en cada girasol gigante creo que será suficiente para que dejen de crecer. Este año no tendréis ya mucha miel de luna, pero el año próximo, si desaparecen los girasoles gigantes, los giralunas y las abejas os daremos la misma miel de siempre.
Acabada la reunión, los conejos salieron de la rotonda en tropel. Corrieron dando la consigna por todas las conejeras de la comarca. Conejos, conejas, gazapillos y hasta algún que otro topo acudieron a los campos de girasoles. Para la madrugada, todos los girasoles gigantes habían recibido ya su ración de pis correspondiente .
A la mañana siguiente, el viejo agricultor no salía de su asombro al visitar el campo de girasoles. Todos los girasoles gigantes transgénicos OMGGG 511© que había plantado ese año se habían muerto de repente, a pesar de que el comercial de semillas le había asegurado que soportaban las doce plagas más comunes de los girasoles. En su lugar, entre los tallos secos de los girasoles gigantes, estaban saliendo unos pocos de los girasoles de siempre, pequeñitos y algunos con pétalos blancos.
Bueno, pensó el agricultor, la verdad es que los girasoles que plantaba antes no producían tan poco, además la miel que dan las colmenas cercanas está deliciosa. Sin saber por qué se puso a recordar el sabor de la miel cuando, de pequeño, se escapaba de su casa de noche para cogerla directamente de las colmenas cerca de los campos de girasoles. En ese momento, decidió que volvería a plantar otra vez los antiguos girasoles y mirando los pequeños brotes sonrió.
Felix y Marta Villarejo
SEMILLAS MOJADAS
Semillas mojadas Existió en un planeta azul un campo de girasoles amarillos que soñaban con verle la cara a la luna. Cansados del calor de Lorenzo, los girasoles quisieron sentir el frescor de Catalina y, tanto lo desearon que, finalmente, el universo les concedió el deseo: del día a la noche, el campo de girasoles amarillos pasó a ser un campo de giralunas blancos.
Pasó el tiempo y la añoranza invadió el terreno. El frío y la oscuridad apenas dejaban bailar a los giralunas. Estos lloraban y lloraban, pero sus lágrimas ya no se convertían en pipas. El jefe de los giralunas se sentía culpable. Él había sido el curioso, el intrépido, el que había contagiado las ansias de cambio a todo el campo y ahora, como consecuencia, veía que sus hermanos no conseguían levantar cabeza. Tenía que hacer algo para que volviera el sol, la luz. La vida.
El jefe de los giralunas confiaba en la fuerza del universo y en la ayuda que este aportaba cuando se deseaban las cosas de corazón. Por eso, cuando todos los giralunas dormían, el jefe se olvidaba de las penas y pensaba con fuerzas en las alegrías. Esforzándose para no llorar, el giraluna recordaba el chasquido de las hojas al moverse con la brisa y añoraba el brillo del tallo cuando le daban los reflejos del sol. Cuál fue su sorpresa cuando vio que de sus semillas mojadas se habían escapado unas lágrimas y se habían convertido en estrellas. El universo, que siempre vigila al mundo, decidió que era el momento de actuar.
Después de un largo tiempo, al campo de giralunas lo volvió a despertar un dorado destello. Como si de marionetas se tratara, todos y cada uno de ellos levantaron la cabeza y sonrieron a la misma vez. Lloraron de felicidad y miles y miles de pipas saltaron por los aires.
El jefe de los giralunas se sintió satisfecho al ver rotar a sus soles…
Irene Moreno Jara
Pasó el tiempo y la añoranza invadió el terreno. El frío y la oscuridad apenas dejaban bailar a los giralunas. Estos lloraban y lloraban, pero sus lágrimas ya no se convertían en pipas. El jefe de los giralunas se sentía culpable. Él había sido el curioso, el intrépido, el que había contagiado las ansias de cambio a todo el campo y ahora, como consecuencia, veía que sus hermanos no conseguían levantar cabeza. Tenía que hacer algo para que volviera el sol, la luz. La vida.
El jefe de los giralunas confiaba en la fuerza del universo y en la ayuda que este aportaba cuando se deseaban las cosas de corazón. Por eso, cuando todos los giralunas dormían, el jefe se olvidaba de las penas y pensaba con fuerzas en las alegrías. Esforzándose para no llorar, el giraluna recordaba el chasquido de las hojas al moverse con la brisa y añoraba el brillo del tallo cuando le daban los reflejos del sol. Cuál fue su sorpresa cuando vio que de sus semillas mojadas se habían escapado unas lágrimas y se habían convertido en estrellas. El universo, que siempre vigila al mundo, decidió que era el momento de actuar.
Después de un largo tiempo, al campo de giralunas lo volvió a despertar un dorado destello. Como si de marionetas se tratara, todos y cada uno de ellos levantaron la cabeza y sonrieron a la misma vez. Lloraron de felicidad y miles y miles de pipas saltaron por los aires.
El jefe de los giralunas se sintió satisfecho al ver rotar a sus soles…
Irene Moreno Jara
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