lunes, 14 de mayo de 2012

LA VELETA

La veleta

Sobre los tejados domina el hierro y el acero: Escalerillas que rasgan el cielo traen noticias de lugares lejanos, y un regimiento de veletas otea el horizonte moviéndose al unísono.
Veletas; siluetas de aves que sin embargo nunca alzan el vuelo, amarradas a sus tejados. Sólo giran, según les dé el viento. Unas veces señalan al Norte: Eso es que sopla viento Norte, y hará frío. Otras veces, señalan al Sur: Eso es que sopla viento Sur, y hará calor.
Pero de entre todas las veletas, una de ellas gira a veces desacompasadamente. Cuando con el viento Sur llegan las cigüeñas, se gira para seguirlas con la mirada, las contempla absorta. No es su blanco plumaje lo que le deslumbra: Se pregunta de dónde vienen, qué fantásticos lugares habrán visitado, cuál será su próximo viaje. Mientras, el viento le trae fragancias desconocidas: Salitre del mar que nunca sobrevoló, jazmines y azahar que nunca vio.
Las otras veletas menean la cabeza desaprobadoramente: ¡Las cigüeñas son sucias! Las cigüeñas son vagabundas. Estas veletas jamás abandonarían sus pedestales, allí se sienten seguras, cómodas, importantes.
Un día empieza a soplar viento Norte. La veleta percibe nuevos aromas en el viento, esencias de bosques primigenios, de hielos perpetuos, de lagos insondables. Y mira entristecida cómo las cigüeñas emprenden un nuevo viaje.
El viento Norte es cada vez más fuerte, turbulento y frío.
El mundo se vuelve gris. Y anochece.

Por la mañana, la veleta diferente no está. Sus compañeras lo comentan extrañadas. Unas dicen que fue el viento Norte, que la arrancó de su soporte.
Otras dicen que fueron sus ansias de volar.

Cuando soplen otros vientos, regresará.



Susana Rosique Díaz
Madrid, 14 de mayo de 2012

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