lunes, 14 de mayo de 2012

EL ÚLTIMO GIRALUNA

La abuela coneja tomó la palabra en la asamblea nocturna conejil. -Siempre ha habido pocos giralunas, pero lo de esta primavera es desesperante. Estamos en mayo y no ha salido todavía ninguno. De todos es sabido que sin giralunas las abejas dejarán de recoger el polen de noche y la miel de luna desaparece.
Hubo un murmullo en la asamblea conejil. La abuela coneja les decía a las claras lo que todos estaban pensando pero ninguno tenía el valor de comentar: sin giralunas y sin miel de luna (la miel que las abejas hacen con polen de giraluna), la vida en la conejera sería bastante más triste. No es que realmente necesitaran la miel de luna para sobrevivir. En realidad ningún conejo adulto que se precie le prestaba delante de los demás mucha atención, pero en los gazapos la cosa cambiaba. Ningún conejo se imaginaba su infancia sin ir a coger miel de luna. Todos los viejos conejos de la comarca recordaban sus propias escapadas furtivas de la conejera, a la luz de la luna de verano, para buscar las colmenas entre los girasoles y los giralunas.

 
Pero esto se acababa, si no cambiaban pronto las cosas los conejos asamblearios serían los últimos en recordar al giralunas y las siguientes generaciones de conejos se tendrían que conformar con crecer escuchando a la abuela coneja contarles cómo era el sabor de la miel de luna y cómo eran los míticos giralunas.
Mientras crecían normalmente, ningún conejo se había tomado la molestia de estudiar a los giralunas. En realidad era muy poco lo que sabían sobre ellos. Sabían que crecían entre los girasoles, que al contrario que los girasoles al caer la noche seguían la luna sin bajar la cabeza y que sus pétalos eran blancos, pero poco más. Nacían en abril y morían en septiembre y hasta ese año todas las primaveras habían sido puntuales a la cita.
De repente, entre las sombras, al final de la asamblea conejil se oyó una voz aguda, de gazapillo.
-Yo sé lo que les pasa a los giralunas.
3 de 7 Era inaudito, un gazapo se les había colado en la asamblea y se atrevía a tomar la palabra. Los conejos mayores estaban disgustadísimos con el atrevimiento del gazapo, pero antes de que pudieran expulsar al atrevido, la abuela coneja levantó una pata.
-Dejémosle hablar, los gazapos son los principales perjudicados con este cambio y este es mi nieto 120 de la camada de marzo, la más lista de este año. Habla si tienes algo que decirnos.
-En realidad sí que hay giralunas en la tierra, pero no se atreven a salir, tienen miedo.
-¿Miedo? ¡Qué estupidez! ¿De qué va a tener miedo un giralunas? le replicó un conejo padre.
-Tienen miedo de los nuevos girasoles, respondió el gazapo.
-¿Nuevos girasoles? Preguntaron todos. La asamblea conejil mostraba su asombro, ninguno sabía que los girasoles eran nuevos, a ellos les parecían los de siempre.
-Los girasoles no son los de siempre, los han cambiado. El agricultor los siembra ahora con una máquina y nacen todos iguales. Los girasoles son ahora gigantes y crecen tanto y tan rápido que empobrecen la tierra. Además, a los giralunas les da miedo echar sus raíces entre ellos, dijo el gazapo.




-¿Y tú cómo sabes eso? le preguntó la abuela coneja. 4 de 7 -Porque me lo ha dicho.
-¿Quién? Preguntaron todos los conejos.
-El último giraluna.
El asombro se extendió entre los conejos reunidos. No era posible. Ninguno de los ochocientos noventa y siete conejos adultos de la región había visto ese año giralunas, y ese gazapo, que tenía prohibido salir solo de la madriguera, no podía tener razón.
-Habla gazapo 120, dinos dónde está ese giraluna, le conminó la abuela coneja.
-Está en medio de un camino de hombre. Anoche salí a buscar giralunas y me perdí. Me asusté mucho y aunque sé que está prohibido, seguí un camino de hombre para volver a la madriguera. Allí, en una isla de hierba, encontré al giraluna.
Era inaudito, en una sola noche el gazapo 120 de marzo había incumplido tres consejos conejeros paternales.
-Luego hablaremos de tu desobediencia, ahora lo más importante es ver si dices la verdad, le respondió la abuela coneja.
A pesar de su aparente severidad, la abuela coneja a duras penas podía ocultar el orgullo de que su nieto favorito hubiera hecho lo correcto y hubiera salido como buen gazapo a buscar giralunas y miel de luna.
Los conejos asamblearios salieron en tropel detrás del gazapo y la abuela coneja.
Vistos desde lejos formaban una extraña comitiva de cientos de orejas y hocicos saltando en fila detrás de un gazapillo y de una vieja coneja pelona.
Siguieron el camino del hombre, un desierto gris duro y caliente, y allí en medio de una isla redonda de hierba, junto a unos birriosos arbustos, donde ningún conejo en su sano juicio se hubiera atrevido a buscar, estaba un espléndido giraluna.
Cientos de conejos se apiñaron en la isla de hierba. Todos sabían que allí estaban a salvo de los monstruos de ruedas que montaban los hombres y que habían atropellado a tantos familiares. En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal. M - 635 , que no otra cosa era aquella isla, se habría sorprendido mucho de ver aquella multitud de conejos en círculo. En medio del círculo conejil estaba un magnífico giraluna, y además estaba de muy buen humor.

En realidad, si aquella noche algún humano hubiera visto la rotonda de la carretera comarcal


                                                            



-Os esperaba conejos, je, je, je. Solo vosotros podéis ayudarme, dijo el giraluna en un perfecto idioma conejo. No os sorprendáis de que os hable. En realidad siempre lo hemos podido hacer, pero hasta ahora los giralunas no teníamos nada que deciros porque nuestra vida era simple. El hombre plantaba girasoles y a su sombra crecíamos nosotros, los giralunas.
Más tarde las abejas buscaban de noche nuestro polen, vosotros cogíais un poco de la miel de luna y vuestras cacas fertilizaban la tierra donde crecerían los nuevos giralunas. Era un acuerdo perfecto y no hacía falta que ninguno de nosotros cambiara las cosas. Por desgracia el hombre prefiere ahora tener girasoles gigantes aunque se empobrezca la tierra y moleste a los conejos, a las abejas y a los giralunas.
Pero se han equivocado de enemigo. Ellos son poderosos, pero nosotros tenemos la razón y somos más, y aquí, en mi exilio en esta isla de hierba, he pensado un plan para recuperar a los girasoles antiguos. En realidad la solución es simple: los girasoles gigantes no crecen si les hacen pis los conejos encima. No soportan el pis de conejo, lo sé porque a los girasoles normales y a los giralunas también nos molesta un poco, pero como tenemos la corteza más dura lo soportamos mejor… Nunca os lo habíamos comentado porque en realidad no era muy frecuente que alguno nos meara encima, ja, ja, ja, ja.
Se produjo un silencio embarazoso entre los conejos. Todos se recordaban a sí mismos orinando a la sombra de los girasoles.
- Con una pequeña gota en cada girasol gigante creo que será suficiente para que dejen de crecer. Este año no tendréis ya mucha miel de luna, pero el año próximo, si desaparecen los girasoles gigantes, los giralunas y las abejas os daremos la misma miel de siempre.
Acabada la reunión, los conejos salieron de la rotonda en tropel. Corrieron dando la consigna por todas las conejeras de la comarca. Conejos, conejas, gazapillos y hasta algún que otro topo acudieron a los campos de girasoles. Para la madrugada, todos los girasoles gigantes habían recibido ya su ración de pis correspondiente .
A la mañana siguiente, el viejo agricultor no salía de su asombro al visitar el campo de girasoles. Todos los girasoles gigantes transgénicos OMGGG 511© que había plantado ese año se habían muerto de repente, a pesar de que el comercial de semillas le había asegurado que soportaban las doce plagas más comunes de los girasoles. En su lugar, entre los tallos secos de los girasoles gigantes, estaban saliendo unos pocos de los girasoles de siempre, pequeñitos y algunos con pétalos blancos.
Bueno, pensó el agricultor, la verdad es que los girasoles que plantaba antes no producían tan poco, además la miel que dan las colmenas cercanas está deliciosa. Sin saber por qué se puso a recordar el sabor de la miel cuando, de pequeño, se escapaba de su casa de noche para cogerla directamente de las colmenas cerca de los campos de girasoles. En ese momento, decidió que volvería a plantar otra vez los antiguos girasoles y mirando los pequeños brotes sonrió.

                                                    Felix y Marta Villarejo

2 comentarios:

  1. Hola soy el autor del cuento.Este cuento está publicado desordenado, asi no se entiende nada, hay un fallo al editarlo para el blog que espero que corrijais.Un saludo.

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  2. Siento mi torpeza técnica
    Creo que está arreglado
    Gracias por participar
    Un saludo: Ester Madroñero

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